Moncho's Memories

Tuesday, May 22, 2007

Mis hijos amados


This is the gift I have received from God without even deserving it... and they are the owners of all my love.... Thanks Cecilia for such a gift!

Saturday, May 19, 2007

Pedro Godoy Larenas

El Tío Pedro era un hombrón de gran altura que se auto apodaba el roble. Era rubio y de aspecto saludable y duro. Siempre protector y macho. Se contaba que en más de una vez se batió a combos con varios, llegando en una ocasión a derrotar a doce hombres a zumba de puñetes. Se caso con la señora Zulema, una mujer bonachona que en su ternura parecía acariciar a las personas con sus atenciones, de carácter dócil y silencioso.
Fue una tía amorosa conmigo. Tuvieron a una única hija, mi prima: Silvia Godoy Con ellos compartí mi infancia en esas placenteras visitas que hacíamos a su casa en el antiguo Barrio de San Vicente. Una gran casa de madera con dos puertas grandes en la entrada, cortando la esquina, formando un ángulo. Al entrar, un amplio Living-Comedor con muebles normando que brillaban a la tenue iluminación de las ventanas encortinadas con telas floreadas. Ahí recuerdo jugar con Orlando, nieto de la casa y que tenía mi edad. Guardo hermosos recuerdos y de esos días y era uno de los pocos lugares en que me daban mucha amor. Me hacían sentir bien y aceptado. Recuerdo la extraña sensación de tratar de interactuar con Mónica, la otra nieta, quien padece de un retardo y que la sigue hasta hoy en día.Fueron muchas tardes de dicha, pero jamás dormí en esa casa. No recuerdo haber pasado alguna noche o haber asistido a una fiesta en esa casa, como solía ser en casa de mi tía María, en que “Las Marías” duraban tres días y se reunía toda la familia.
El recuerdo más significativo del tío Pedro es que siempre estaba ayudando a mi mamá. Era como su papá, pensaba yo.
Aparte que era bastante mayor que ella., como se puede apreciar en las fotografías. Recuerdo que le pasaba un billetito al despedirse, disimuladamente. Yo creía que era para que yo no viera, porque a mi no me daba. Fue él quién le compró a mamá todas las ollas y platos cuando nos entregaron la “casa nueva” en el año 1964. Esta misma casa en la que hoy escribo estas líneas. Lo curioso es que él jamás vino a visitarnos, ni siquiera vino a
conocer la casa. Como lo hizo mi tía María, que vino solo esa vez. El tío José vino un par de veces más, pero la única que siempre nos visitó y sagradamente venía a lo menos una vez por semana era mi tía Mercedes, la profesora básica que me recordaba a Gabriela Mistral. La única hija, Silvia Godoy ,,,, se casó con Edgardo Yañez, un joven apuesto que trabajaba como soldador en los montajes industriales. Eso lo llevó a viajar mucho y lo separó de su familia definitivamente hasta llegar a morir en algún lugar de Europa, después de haber recorrido el mundo con su trabajo de alta calificación. Tuvieron dos hijos, Orlando y Mónica. Lamentablemente Mónica tuvo una enfermedad que la dejó limitada y hasta hoy la ha marcado. Pero sabe todo y entiende todo. Es autónoma y limpia. Vive con su madre y su hermano quienes le dan amor y cuidados.


MIS TIOS.

SANTIAGO


Del tío Santiago nada se sabe, sólo que murió mucho antes que naciera cualquiera de mi generación, incluso cuando mi madre estaba chica y los cinco que yo conocí aun estaban creciendo. Incluso al tío Pedro aun no le ponían los pantalones largos . Ella sólo sabía que había muerto por “el vino” y el amor de una mujer, al igual que su otro hermano Daniel. Pero carecía de recuerdos significativos de su hermano mayor. No sabía si alguna vez tuvo hijos.
Especulando con mi imaginación, digo que tal vez la prematura muerte de su madre Aurora haya sido una buena razón para que cayera en una gran depresión y al yugo del alcoholismo y eso lo haya llevado a la muerte. Hay que recordar que mi madre tenía solo 3 años cuando Aurora murió.

De tío Daniel sé que era Zapatero. Pero no de esos zapateros remendones que existen aun en mi país, sino uno de oficio, con educación, egresado del Colegio Salesiano de Concepción. Él fabricaba Zapatos. Recibía, de las “ricas” del Barrio Pedro de Valdivia, un corte de género que les dejaban las modistas al fabricarles un vestido nuevo y el tío Daniel confeccionaba el Zapato nuevo. Mi Madre recordaba que en su infancia le veía llegar del centro, con terno y corbata, se sacaba la chaqueta y el sombrero, se ponía su pechera de cuero y las mangas y así, en punta de corbata, trabajaba con el orgullo de un oficinista. Tenía fama y prestigio de ser el mejor en su rubro y ganaba buen dinero, lo que le daba un status digno y llamativo para su época, lo que lo hacía particularmente cotizado entre las féminas. Así fue como se enamoró, estuvo con una mujer, no sé si casado o conviviendo, de la cual existía una hija, pero algo paso y él terminó bajo la misma sombra que su hermano antecesor, pereciendo bajo el veneno del alcohol y dejado por el amor de su vida. Recuerdo a mi madre llorar por su hermano grande, el “bonito” como ella decía y le pedía a Dios que protegiera a su sobrina perdida..... con quien recordaba haber jugado.... recordaba haberla extrañado tanto después..... Sé que en mi infancia alguna vez debe haberme dicho el nombre de esa tía y prima.... pero yo lo he perdido en la maraña de recuerdo de sus eternos relatos.

Tuesday, May 15, 2007

La tía Florentina

Pedro, el mayor, quien se había hecho cargo de alguna manera de la casa con un padre en la decadencia del alcohol, vio desmoronarse lo poco y nada que quedaba de esa seudofamilia. Fue entonces cuando escribió una carta desgarradora a la Tía Florentina. Esa tía solterona que trabajaba en el hospital de otra ciudad y que después de ver su alma partida por las palabras de su sobrino, tomo sus maletas, cerro su pieza en el hospital y borró su vida pasada para hacerse la madre postiza de una tropa de chiquillos desamparados.
Ya la Mayor de las niñas, la tía María de había marchado al norte, para hacerse una vida, según ella había dicho. No reapareció hasta llegar casada y con críos a cuesta.

Teresita, cuando ya estaba en su casa, viviendo sus 16 años, recibió un regalo de sangre entre sus piernas que le partió el corazón de un susto. Pensó que moriría como su madre y su padre.

Al boche de los gritos y llanto llegó la Tía Florentina, --- ¿qué tanto grito niña? --- tiró las sábanas para atrás, le sacó los calzones, le preparó el agua tibia para el lavado. Todo muy rápido y afanosa, arregló la cama con ropa limpia. --- “se me queda acostada la niña, que no le va a pasar nada malo"---- "Hasta que se le quite la enfermedad, no se me levanta”.
Ahí quedó con dos mil preguntas y un nudo en la garganta ahogando el terror de su corazón. Muchos años después comprendió por qué jamás pasó a las señoritas en el Internado... entonces se preguntaba por qué ese afán de ocultar todo y no decir nada.... nunca nadie le explicó lo más mínimo de la vida.
Así partió la vida de señorita de mi madre, Esa fue la razón de su inagotable afán de hablar todo, de preguntar una y mil veces hasta conectar en una comunicación; hablar no sólo de cosas triviales, sino con el alma puesta en las palabras. Le gustaba saber lo que pasaba en mi corazón. Buscaba respuestas en la lectura ansiosa de cuanto llegaba a sus manos y se autoeducó en muchos temas que le ayudaron a gestar mi espíritu y a darme una carga de valores que me marcan hasta el día de hoy. De ahí nació quizás mi gusto por la lectura. y el deseo de contar mi historia... de hablar hasta conocer más allá de lo que se ve superficialmente en las personas... de tener muchos amigos y escribir los que pasa por la cabeza.... aunque muchas veces me hayan mal interpretado.

Yo recordaría ese hecho drámatico en la vida de mi madre casi 50 años después, cuando mi hija Susana se convirtió en Señorita. Estaba tan feliz que para ella fuera toda una alegría, capaz de compartirla con nosotros, que le compré una torta y lo celebramos todos en la familia. Ahora le pido a Dios estar vivo para recibir a la Señorita Sandra de igual manera, cuando llegue el momento.

Pero las cosas han cambiado y tenemos los medio de comunicación que jamás antes nadie tuvo... y doy gracias a Dios porque existen tantos medios en esta era que deben servir al propósito de comunicarnos.... ya sea a travez dse la palabra hablada..como escrita.
Una joven escribió estas líneas que hoy robo en un afan de reconocer la sabiduría que ellas conllevan y manifestar mi profundo respeto y reconocimiento al don que Dios le dió para dejar en las palabras un pedacito de la escencia de su ser.........

" me pregunto por qué a veces dejo de reir...más no podría dejar de escribir..."

Escribir cobra especial importancia ahora que vivo una nueva etapa de mi vida... cuando ya el mayor de mis hijos, el "hombre que yo amo", como suelo identificarlo, ha dejado el nido para hacerse a la vida y formar su propio destino. Una realidad que se me vino de golpe, como una cachetada en la cara en frío, y sin darme cuenta me metí en el cuento y pasé los días previos a la partida haciendo mil cosas, tal vez como para no darme tiempo a pensar, y me afané haciendo mueblecitos para la cocina.... limpiando esto y aquello... en fin.... ocupado siempre...hasta que llegó el momento de la ausencia y se me vienieron los recuerdos como fotografías repetitivas de los tiempos en que yo viví la misma experiencia, pero del otro lado de la ventana, cuando empezaba mi propio sueño de grande... cuando me creía el dueño del mundo!!!
Ver a mi hijo feliz y hecho hombre me llena de orgullo, y aunque lo extraño más de lo que pensaba que sucedería, sigo su historia con el mismo entusiasmo que viví sus primeros pasos, con la misma emosión que me dieron sus primeros logros y con el profundo orgullo de saberme parte de su hermosa existencia....
Me quedo con las mujeres.... y ahora he de aprender a vivir solo con tres mujeres !!!.... sin el apoyo silencioso y fundamental que la presencia de él me daba... pero orgulloso que haber sembrado en Él valores verdaderos...
de que sea capaz de amar y de que lo amen...
de que pueda entregar con su tierna forma de ser, la alegría a su nueva familia y sólo me quedo con la pregaria al Dios padre para que me siga bendiciendo, como siempre lo ha hecho, pero ahora en la vida de mi hijo... y de su familia....
God Bless you all!!

Wednesday, May 09, 2007

Los inicios 2

Daniel, María, el abuelo,
Pedro,. Teresita, Mercedes y José.
Después de traer esa sembradilla de críos al mundo La abuela Aurora murió, según cálculos de mi madre, a los treinta y tantos. Tal vez por los muchos partos que le toco vivir, por lo deprimente de su existencia, ya que haciendo una simple estimación se deduce que pasó toda su vida embarazada; o tal vez aquejada por algún mal desconocido de esos tiempos. El punto es que mi madre tenía solo 3 años y su hermano menor era solo un bebé de un año y tanto.
Ahí quedó el viejo Godoy con 5 críos y una terrible soledad. Comenzó
entonces la depresión y lo agarró el vino, como decían entonces. De su trabajo en Ferrocarriles como inspector del tren Valdiviano, llegaba ebrio la mayoría de las veces; tomaba a los más pequeños, mi madre y José, el menor, uno en cada rodilla y llorando recitaba la eterna frase que repetía mi madre en mis días de infancia: “Estas son las alitas de mi corazón”, les decía y ahogaba su pena entre lagrimas y sorbos de vino de la chuica que traía consigo cada día. Ahí los peques, Teresita y José, esperaban que se durmiera el papá.... y después salían a jugar a las bolitas y al trompo en el Malón de la esquina, aprovechando la Luz de la puerta del Local de vida bohemia, que abundantemente iluminaba la calle. Así mi madre aprendió a pelear como Hombre, porque el José la defendía.
En ocasiones llegaba durante el día; los niños jugaban en el patio y normalmente estaban encaramados en los árboles que allí habían: una higuera y un peral. Recuerda mi madre que el viejo papá los llamaba...Teresitaaa Josesitoooo, ¿dónde están? Y ellos le tiraban las peras e higos en la cabeza. Él se tomaba su pelada y se preguntaba en voz alta, qué temprano se están cayendo las frutas.... ¡Uy qué maduras que están las peras!. Ambos niños se reían a carcajadas y él jamás los pillaba.... Después mi madre lloraba al entender que el papá jugaba con ellos. Ese dúo se aferró por mucho tiempo y sembró de recuerdos hermosos la existencia de mi madre. Cuando estaban más grandes, se iban al negocio del barrio y pedían a la cuenta del papá, un kilo de queso, una botella de vino y unas cuantas chauchas de pan. De ahí se iban donde el padrino de José, quien poseía botes para alquilar y le robaban un bote para atravesar el río Bio Bio, por que en esos tiempos había que cruzarlo en bote. Se iban al otro lado y no volvían hasta la tarde, después de haber jugado y reído; y por su puesto, haberse bebido la botella de vino y consumido el pan con queso.

Ya en edad de peligro, la pequeña Teresita fue enviada al Internado. Pasó toda su Educación Primaria en el Internado del Colegio La Providencia de Concepción. Ahí recibió la basura religiosa que los católicos metían en la cabeza de las niñas sanas. Era severamente castigada por cualquier acto de irreverencia ante el culto religioso... ni hablar de algún desorden propio de la infancia. Ahí mi a madre le ahogaron la poca confianza en sí misma que pudo le haber quedado después de su precaria y desolada primera infancia. Debió permanecer entre las “niñas” hasta que salió del Internado, cuando recibió la noticia de la muerte de su padre. Siempre se preguntó por qué jamás la pasaron a las Señoritas, si ella era mucho más grande que varias de las que ya habían pasado. Ya tenía “pechugas” y era mayor que todas las niñas... pero seguía estancada en las “niñas”. Se sentía poca cosa... menospreciada y apocada. Despues la vida le daría la respuesta, cuando debío enfrentar en la más pura ignorancia de la época, la llegada de su primera menstruación. Ahí entendió, cuando le dieron por unica respuesta a toda la angustia de verse con el entrepiernas ensangrentado, que ya era una señorita.

La muerte de su padre cumplidos los 16 la llevó de regreso a su casa. Su hermano Pedro, el mayor, quien se había hecho cargo de alguna manera de la casa con un padre en la decadencia del alcohol, vio desmoronarse lo poco y nada que quedaba de esa seudofamilia. Fue entonces cuando escribió una carta desgarradora a la Tía
Florentina. Esa tía solterona que trabajaba en el hospital de otra ciudad y que después de ver su alma partida dos por las palabras de su sobrino, tomó sus maletas, cerró su pieza en el hospital y borró de un zarpaso su vida pasada, para hacerse la madre postiza de una tropa de chiquillos desamparados.