La tía María era una mujer grande, de formas gruesas y fuerte,
pero de aspecto hermoso. La gringa le decían sus hermanos y
recordaban que en su juventud, cuando abandonó la casa para irse
al norte posó para un fotógrafo de publicidad en una playa..
Salía en traje de baños, con una pañoleta al pelo. Su foto anduvo en las cajetillas de un cigarrillo de la época. Jamás vi eso, pero debo creerlo, porque era el comentario de los hermanos.
Cuando mi madre se embarazó de mi fue ella quien la recibió en su casa. Las condiciones de dicha recepción siempre las habré de criticar, pero también pienso, no soy quien para juzgar a las personas. Lo claro es que yo nací en esa familia, siendo mi madre una empleada doméstica de su hermana y mi hermanito un mocete que debía salir a las compras. Hasta mis 5 años estuvimos en esa casa, durmiendo en una estrecha pieza al final de la casa,
donde se guardaba el vino para el comercio, entre los paneles de murallas falsa para que no lo pillaran los inspectores, y yo crecía al cuidado de mi hermano Bruno, quien cambiaba mis pañales, me hacía dormir y velaba mis noches mientras nuestra madre procuraba el pan para los tres. Ahí viví mis pesadillas de noches cortadas, donde despertaba en el pánico de mis sueños y que jamás he descifrado, sueños de monstruos sin rostro ni forma... solo piezas y murallas que se alargaban infinitamente creando una imagen de inmensidad en un espacio sin límites. Recuerdo aun un extraño olor, un sabor en mi boca y esa terrible sensación de angustia e impotencia que oscurece mi primera infancia. Eran mis ataques que nadie logró explicarme y cuyo recuerdo me roza el rostro aun
en mi adultez, como una brisa que pasa y no logro dar forma ni entendimiento. Recuerdo que fui tratado con cuanto “secreto” se sabía. Me metían los pies al agua fría, me santiguaban, me hablaban, pero yo seguía con esa sensación y aun despierto lloraba y lloraba. Algún día podré someterme a esas hipnosis de regresión para descubrir qué pasaba... o qué me hicieron... No recuerdo en qué minuto terminaron... pero estoy casi seguro que fueron cuando nos cambiamos a nuestra primera “pieza casa” que tuvimos como familia, cuando yo tenía ya los 5 años y algo. Sebastián, mi hijo, tuvo pesadillas cuando chico, y procuré siempre que no abriera los ojos mientras le duraban..... queriendo protegerlo de esa sensación que yo había vivido al ver que las paredes y el cielo raso se alargaban infinitamente en un inmenso vacío. Lo apretaba y acurrucaba hasta verlo dormirse denuevo....
por lo menos se le quitaron. Pronto. Escribir me hace daño, porque al recordar no puedo evitar el nudo en la garganta y las lágrimas salen inexorablemente mojando mis ojos al punto de tener que parar y buscar la calma en
el calor de mi hogar. Recordar duele. Recuerdo las fiestas interminables y el ir y venir de gente en
esa casa. Mi tía María tenía una pensión que atendía los “tractoristas” que trabajaban en el montaje de Huachipato, de la Compañía de Aceros del Pacífico, hoy Siderúrgica Huachipato S.A. Eran tiempos de bonanza económica y de mucha actividad industrial. La Villa Presidente Ríos era la cuna de muchos matrimonios jóvenes que veían una empresa con muchos beneficios laborales. Casa grandes, nuevas y de un estándar sobre la media de esos tiempos. Recuerdo que veían los diferentes niveles sociales muy bien marcados, determinados por la posición laboral en la planta de Huachipato. Los administrativos en un sector, con casas de paredes estucadas, color blanco y en un sector preferencial, los empleados y los obreros en otro tipos de casas, con el ladrillo a la vista y pintadas resaltando el color rojizo oscurecido por las inclemencias del tiempo. Recuerdo que no las
pintaron hasta varios años después. De mi primera infancia en esa casa tengo pocos recuerdos. Solo aquellas situaciones que marcaron mi vida, como los ataques por la noche... Recuerdo aquella vez que me castigaron por haberme sacado los pantalones en la calle. Tenía como cuatro años y es lo único que recuerdo de esa edad. Por alguna razón infantil Lilí y yo nos sacamos la ropa en la calle. Ella tenía la misma edad mía y era hija de la otra empleada de la casa de mi tía.... no sé qué pensaron los adultos por aquello... pero ahora sé que ningún niño de esa edad hace algo así por maldad. El cuento es que nos castigaron y recuerdo imágenes de los dos tratando de abrochar los botones de la jardinera y luego aparece la imagen de los dos llorando sentados en una mesa.
De ahí mis recuerdos se saltan hasta el tiempo en que estabamos en la Pieza que arrendaba mi madre en la población La Emergencia, en Hualpencillo. Ni siquiera recuerdo el momento del cambio. No recuerdo cuando nos venimos, ni cómo, ni quien nos trajo las cosas. Porque una cosa así debe haber sido emocionante, pero tengo todo ese tiempo borrado. Mi hermano Bruno debe conocer esa historia. Lo que sí sé es que seguimos yendo a Higueras, porque el cambio era de casa, pero no de trabajo y había que comer, decía la mamá. Después, en mi adolescencia, cuando visitaba la casa de las Higueras, mi tía me atendía con un cariño especial. Siempre sentí
de ella un gran afecto y solía contarme recuerdos de cosas lindas de mi infancia ahí...pero yo no las recordaba. Recuerdo las fiestas, los cumpleaños de mis primos mayores y ese ir y venir de tantas personas cuyos nombres jamás me aprendí. Ahora que trabajo en el Liceo La Asunción, muchas veces hay gente mayor que me
saluda... ¡Ramoncito!... pero yo no sé quien diablos es. Respondo con la cortesía propia de la ocasión, pero mi mente se asusta de tal olvido, y hago esfuerzos inútiles de encontrar en la mente ese rostro y asociarlo a imágenes de mi infancia. Después mamá comenzó una seguidilla de trabajos, siempre luchando y humillándose para sacar adelante a sus dos hijos. Fue lavandera, planchadora, empleada domestica, cuidadora de niños,
etc. Intentó el comercio un par de veces y la recuerdo haciendo empanadas que salíamos con Bruno a vender. Eso duró hasta que un día unos choferes de las micros del puerto le pegaron al Bruno y nos quitaron las empanadas. Al menos yo recuerdo claramente la imagen de mi hermano siendo apachurrado por entre los fierros
de los asiento dos hombres, mientras otro sacaba las empanadas del canasto. Yo corrí a la casa (pieza) y mi madre corrió al rescate.. No recuerdo en qué quedó aquello, pero sí sé que jamás salimos a vender denuevo. Los siguientes intentos de comerciante los hizo en la casa nueva... pero no resultó. Una ocasión repartió gratis todas las empanadas que había hecho para vender, entre los muchachos de la cuadra, porque sino se perdían, decía.
La mejor etapa de su vida laboral, mi madre la tubo en día en que empezó a trabajar en las escuelas para cocinar el almuerzo a los niños. Tenía un horario cómodo y un sueldo fijo que le permitió proyectarse. Yo había ingresado al Colegio Salesiano y sin saber, mi vida partía el acenso que esa mujer modesta, trabajadora y con
6to. Humanidades había gestado en sus sueños de amor defraudado. Después de ahí saltó hacia la Compañía General de Electricidad, Talcahuano, donde fue cocinera para los “chiquillos”, como solía referirse a sus compañeros de trabajo, mayoritariamente hombres de trabajo y lucha. La respetaban en general, y se sintió digna y necesaria. Fue una etapa de trabajo duro y sacrificado para ella, cuya edad ya empezaba a tocarle
algunos traspiés, pero la vida le deparaba un buen final. Jubiló y pudo descansar. Era la oportunidad de hacer cosas y las quiso hacer todas... grupos de la tercera edad, cursos de guitarra, teatro, poesía.... las quería todas y concretó muchas. Pero el paso inexorable del tiempo la envejeció... y fue dejando sus inmutables huellas.Llegaron enfermedades.. dolores, arrugas por montones y yo veía a mi viejita marchitarse mientras a mi la vida me llenaba
de hormonas saltantes y ansiosas, de fuerzas y músculos que me invadían de energía rebosante, que me hacían sentirme dueño y el “rey del mundo”, como me dice mi hijita Sandra, ahora.
Llegó el parálisis facial que le robó la confianza en los espejos, pero no pudieron robarle la ternura del rostro. Comenzaron las fisioterapias que realizó con tanta esperanza. Nunca le devolvieron la sonrisa simétrica, pero sí recuperó las ganas de vivir y le devolvieron esa alegría y entusiasmo para hacer cosas. De ahí la vi ir y venir cada día. Porque sentía suya la responsabilidad de cuidar mis hijos mientras mi esposa y yo trabajábamos. Organizaba sus vida de tercera edad al ritmo de la mía, como siempre había sido en toda su existencia desde que
aparecí yo... y se veía vital, viva y activa. Olvidaba sus males, sus penas y recorría sus amistades, sus grupos, sembrando cariño entre quienes la conocieron. "Los chiquillos" llamaba a sus amigos hombres y mujeres, matrimonios unos, solos otros, pero todos viejos del mismo amperaje que ella y que vivían su vejez con un espíritu juvenil y alegre.
Era la parte de la historia de mi tía.....pero terminé hablando de mi vieja.... pero me escuso en la frase: "cómo evitarlo? Si de ella nacio este soñador y en ella se gesta toda mi existencia??
Te extraño Vieja...a medio siglo de existencia....sigues haciendome falta!